jueves, 2 de abril de 2015

La muerte de un gigante



Fotografía personal, El último gigante,  2015.
Las viejas fotografías, de inicio del siglo pasado, nos muestran que casi todas las calles de la ciudad, estaban profusamente arboladas, además de las huertas que al interior muchas tenían.



Crédito a quien corresponda,  el rectángulo marca el área arbolada de la Plazuela Guadalupe Victoria, en el primer tercio del siglo XX
Por causas de la modernidad; el comercio, la urbanización, pero sobre todo para permitir el tráfico, estacionamiento y entrada de vehículos, a partir de la mitad de la misma centuria, fueron víctimas de una lenta pero incesante tala, que no se ha detenido hasta nuestros días.
Por no tener paso de vehículos, algunos espacios de la ciudad conservaron grandes árboles hasta hace unas cuatro décadas. Uno de esos lugares es la vieja Plazuela Guadalupe Victoria, antigua "de los trabajos". A pesar de situarse paralela, apenas a una cuadra de la gran avenida Juárez, se le consideraba un barrio de “periferia”. Ya he relatado las circunstancias especiales en cuestión hidrológica que tenía, por lo cual,  el espacio, desde el inicio de nuestra ciudad estuvo profusamente arbolado, incluso por ejemplares gigantes. Su gran tamaño se debía a que desde siglos atrás tuvieron riego, natural, de las crecientes que en época de lluvia bajaban de las partes altas del cerro del Calvario, y  artificial, que casi no tuvo ninguna zona del pueblo, de la acequia que pasaba en la acera sur, y de un pozo que existió una cuadra arriba, en unas peñas, hoy ocultas por la esquina sureste de 2 de abril y Fernando de Tapia, que llegaba abajo a través de un pequeño canal en la orilla de la banqueta, regando la mayoría.

Hasta 1960, conservaba, todo el arbolado, en ambas aceras, cuando el municipio, siempre previsor, decidió talar algunos, de las orillas y el centro  y aprovechar la anchura de la calle para construir la primera cancha pública de basquetbol con piso de cemento que se recuerde, la cual fue un éxito. Incluyó la inauguración con presencia del Gobernador del estado y una placa conmemorativa. El deporte se puso en auge y se hizo popular, así como el espacio aledaño. No hubo problemas de tráfico, porque no circulaba ningún vehículo ya que las calles aledañas todavía eran peñas de cantera morena.


Recreación Personal, La Plazuela en 1970, se incluyó la cancha, aunque ya estaba enterrada, el árbol pequeño era el del 10 negro, a la derecha, solo se dibujo uno de los gigantes afuera de la huerta de la Viña, aunque eran cuatro de ese tamaño.
Sin embargo, la cancha no duró mucho, tenía el inconveniente de que tras cada lluvia la plancha de cemento se cubría de arena y tierra al bajar las crecidas de agua, si bien le iba, si no, podía llenarse también de basura, piedras y ramas, incluso pequeños árboles provenientes de las entonces desoladas partes altas. De inicio me cuentan que todos, vecinos y jugadores locales y foráneos acudían a limpiarla, pero en época de lluvias abundantes, terminaron por cansarlos y la cancha quedó sepultada debajo de la tierra. Un buen día, afines de la misma década, los postes de cemento fueron tirados y la cancha quedó en el olvido, aunque por la misma tierra, se convirtió en un paraíso lúdico para los niños de la calle y las circunvecinas. Por esas fechas, se empedraron algunas calles de los alrededores (2 de abril, Reforma, Fernando de Tapia) no así la plazuela, pero al secarse el pozo de las Peñitas, muchos de los árboles que regaba corrieron igual suerte. 

Para mediados de la década de 1970, sobrevivían algunas jacarandas y ficus, muy pequeños, pero afuera de la huerta de la Viña, existían cuatro fresnos que eran de los árboles más grandes que tuvo la ciudad en cualquier época, crecieron así por haber sido irrigados desde siempre por la acequia del pueblo, a cuya vera se encontraban. Supongo que por ello y tener todo el espacio disponible fue que alcanzaron tan enorme altura (30 m) y grosor. (Unos cuatro de diámetro) Los habitantes más viejos de la calle recordaban que desde niños ya eran así, le calculaban más de doscientos años, incluso mi bisabuela contaba que en la época revolucionaria, en ellos habían ahorcado a muchas personas.

Por haberse entubado la acequia a principios de la misma década, esos gigantes comenzaron a morir y secarse, tan frondosos eran que había personas que solo recogiendo sus ramas caídas juntaban la suficiente para cocinar diariamente. Posteriormente, el municipio, siempre previsor,  consideró que la caída de ramas secas era un peligro latente y decidió talarlos, en una labor que consumió semanas, vía hachas. Especialmente difícil fue sacar las enormes raíces, ya podridas. (El único vehículo que circulaba hasta entonces por ahí era una camioneta Apache que tenía el dueño del hotel Jalisco)

En la acera de enfrente, pero en la esquina con Reforma, quedaron dos grandes alcanfores o eucaliptos, igual de altos, pero supongo no eran tan viejos ya que su ritmo de crecimiento es más rápido,  aun así,  su gran diámetro indicaba que debieron tener al menos unos 100 años, esos fueron talados en la década de 1980, El municipio, a pesar de ya contar con sierras eléctricas, no cayó en el error anterior, solo los cortaron a ras de piso, ni siquiera intentaron sacar las raíces, que quedaron ahí, pudriéndose. Incluso esa esquina no pudo ser empedrada ni pavimentada, conserva en tierra el espacio que ocupaban los árboles. (Para entonces, empezaron a hacerse cambios en la Av. Juárez que trajeron circulación vehicular constante por esta calle)
Fotografía Personal, Esquina de la Plazuela con Reforma, donde estaban los dos alcanfores


Imagen de Google Earth 2015  La calle Guadalupe Victoria
Insignificante por entonces, frente a sus enormes vecinos, sobrevivió en la acera sur un fresno de unos 15 metros de altura, afuera de la casa marcada con el 10 negro, que en la época actual es el único árbol de respeto que le queda a la calle. (Los insignificantes arbolillos de enfrente que a veces puede uno ver bajo tanto polvo que acumulan, son muy recientes)

Este sobreviviente, tal vez de más de un siglo, ya casi no creció, seguramente por la carencia de agua, que le negó una modernidad representada por el pavimento que cubre la superficie donde deberían alimentarse sus raíces. Se está secando, hasta hace unos años, todavía retoñaban algunas ramas, creo que ya no lo hará más. Seguramente lo hacía intentando con ellas escuchar una vez más, debajo suyo, los gritos y risas de niños y adultos en los inocentes juegos de entonces. Hoy solo percibe el incesante ronroneo de motores. Hace más de 20 años que ningún niño juega en la calle, silencio que mata. Ese árbol, que vio al Padre José Morales Flores, intentando a su sombra ser  torero, que vio jugar de niños a Francisco Rosales “la lagartija”, al “Checo” Olvera y tantos futbolistas sanjuanenses, (incluso, aunque no lo crean, como portero, al después basquetbolista profesional Oscar Aguillón) perdió su razón de ser, muere y con él la época en que los niños se hacían futbolistas en las calles, porque eran suyas.

Fotografía personal. Solo ramas secas
    No es reclamo, yo solo narro.

2 comentarios:

  1. Buena tarde. Ese lugar me trae muchos recuerdos. Mi abuela era propietaria de la casita de la esquina sureste de la calle de Pino con Fernando de Tapia. Ahí nació mi jefe y sus hermanos.
    Yo por mi parte, trabajé de chalán en el año de 1992 en el taller de motores denominado "Embobinados Urgentes Uribe", propiedad del sr. Uribe.
    También recuerdo que en los 80s había una hasta bandera y con algunas banquitas pero no se si mi memoria me engaña de esto último.
    Saludos.

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  2. Hola, nuevamente, gracias por tu visita, me da pena, pero no me acuerdo de nadie de esa esquina, supongo que son familiares de los Lugo de más Abajo. Los embobinados eran de los Uribe pero eran tres hermanos, no se sí trabajaste con Tancredo o los otros, hermanos, cuando estaban en la cuesta, abajo de la casa que mencionas, en Cóporo o en la Plazuela (los tres locales se llamaban Embobinados Uribe y urgentes ). Creo que si ya tienes algo de tiempo que no leías el Blog, ya escribí una entrada de los monumentos a la bandera, incluido el de la Plazuela y otros más. No hubo banquitas, por los años ochentas yo trabajaba despachando en "el pocito", así que en una de esas nos conocimos. Un gusto comentar con alguien, a lo mejor no cercano en el tiempo, pero sí en lugares, no te olvides compartir y darte tus vueltas, la siguiente entrada es de un hecho ocurrido unos metros abajo de la casa de la familia de tu papá, a lo mejor también te la contaron de niño.

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