domingo, 24 de mayo de 2015

Las Poquianchis Reloaded


Hace poco más de un año, en marzo de 2014, subí a este Blog una entrada relacionada con la llamada “Casa de las Poquianchis” de San Juan del Río, Qro. 

Para ver la entrada mencionada,  da clic aquí: Las Poquianchis en San Juan del Río, Qro. 
Fotograma tomado de la película: el inexistente letrero.

Subtitulada “Las Poquianchis en San Juan del Río, Historia de un mito”, refería más que nada a recuerdos de los burdeles de la ciudad, sobre todo el instalado en esa casa, que fue el más duradero. Ahí sostenía que la participación de las verdaderas Poquianchis en la casa era incidental y que en realidad nunca fue parte de los negocios de las hermanas González. Aun así, la mencionada entrada acaba de cumplir solita, 1000 visitas, lo cual para un blog de historia local, es un número bastante aceptable, en razón de ello, me permito dar a conocer a Ustedes algunos datos relacionados que complementan lo ya publicado, esperando tenga el mismo éxito que la anterior. Como no hay modo de desligar lo que yo llamaría las “Poquianchis históricas” de Guanajuato con la mal llamada “Casa de las Poquianchis” de San Juan del Río, entremezclo las dos historias.

ANTECEDENTES
Extraño caso este de la nota roja mexicana, que cincuenta años después sigue suscitando curiosidad entre quienes vivieron en esa época, quienes solo la conocieron de oídas y aún entre los jóvenes, que la conocen de segunda y tercera mano. Es uno de los temas más leídos en México. En gran cantidad de páginas de internet, policíacas, de nota roja, superchería, asesinos seriales, blogs, foros y  redes sociales, todo aquello que al menos insinué la palabra Poquianchis, incluso lo que aquí presenté, en el que de entrada aclaraba que solo era una conseja popular, derivada de una relación indirecta, tiene lectores.


EL LOCAL
La que se conoce como Casa de las Poquianchis, en San Juan del Río, fue un burdel instalado en la calle de Melchor Ocampo 38, anteriormente la calle se llamaba Cóporo y en la numeración antigua le correspondía el número 30, en razón de ello, el lugar era conocido popularmente como “el 30”  o “el burro”. Aunque se ha mencionado que el lugar se llamaba “Río Rita” en realidad aquí nunca fue conocido así, parece ser que fue la razón social que se le puso en sus últimos años, como requisito legal y solo existió en documentos, nunca en voz de clientes, trabajadores ni vecinos del sitio.
Fotografía personal: la casa en la actualidad.

Hasta fines de la década de 1940, la prostitución a nivel local había sido ejercida en casas particulares, supongo que desde el establecimiento del pueblo siempre hubo quien se dedicaran al vetusto oficio, pero era de manera individual o lo que entonces se llamaba “casas de citas”, de acceso restringido. El establecimiento del burdel de Cóporo cambió diametralmente esa práctica, con un local abierto a todo público, enclavado en una zona entonces marginal de la ciudad, pero relativamente cercana en distancia al centro de la misma. (Distaba la casa apenas dos cuadras de la calle principal, la Av. Juárez y tres de la Plaza Principal, el Jardín Independencia)
Entre las novedades que trajo el establecimiento fue que en el entonces amplio edificio (no he podido confirmarlo, pero hay evidencias que para su construcción se tuvieron que derribar un par de casas viejas, que en ese lugar, eran muy estrechas, para obtener un área mayor de construcción) se tenía un salón de baile donde se podía observar plenamente a las damas, amenizado por una sinfonola y se presentaba esporádicamente lo que se llamaba la “variedad” más que nada consistente en cantantes y bailarinas, casi nunca con desnudos completos, pero que en la semipenumbra insinuaban o enseñaban lo suficiente para enardecer al público que podía consumir una amplia gama de bebidas etílicas, la más popular, la cerveza, pero había brandy, ron y hasta coñac. También se vendía el entonces considerado muy corriente Tequila. En la parte trasera se encontraban los llamados “dormitorios” que en realidad eran pocos pero usados toda la noche, el resto lo completaban las propiamente viviendas del personal.


 EL PERSONAL
En aquel tiempo, casi todas las mujeres que trabajaban en esos establecimientos se habían iniciado en la prostitución de manera forzada, víctimas de las redes de tratantes de blancas, que operaban en todo el país, quienes a través del rapto directo o engaño de posible empleo, las sustraían de sus hogares para venderlas en calidad de mercancía a los dueños de los burdeles que de igual manera las vendían o intercambiaban a establecimientos similares.  Esta especie de esclavitud era una norma con la que operaban los negocios de ese tipo, incluido el de San Juan del Río. Rara vez regresaban a sus lugares de origen, sobre todo porque su oficio las estigmatizaba y aunque su ingreso a él había sido involuntario, la moral de aquella época las marcaba, impidiendo la vergüenza que volvieran a sus casas en las pocas ocasiones en que eran dejadas en libertad. Las más de las veces transcurría su vida hasta su vejez en esa prisiones que en una extraña dicotomía también eran lo único que conocían como hogar, esas paredes siempre cambiantes, ya que por edad se les pasaba a locales cada vez de menor categoría, fueron también la tumba de muchas.  


Fotografía personal: las rejas protegían las posible fugas

El Burdel de San Juan del Río, en sus años iniciales operó de ese modo, pero a partir del conocimiento público del juicio contra las hermanas González, donde se ventilaron algunas ramificaciones de venta o intercambio en el que estuvo implicada su dueña, María Montes, se tuvo que abandonar dicha práctica, esto es a partir de 1964, aunque el Burdel continuó algunos años más en el mismo sitio, atendido por un empleado. Al parecer es entonces cuando se le nombra “Río Rita”. Muchas de las antiguas pupilas siguieron viviendo en el local, en la misma ciudad, con la misma gente y con el mismo oficio, algunas regresaron a sus hogares, las menos, otras se casaron y pocas se quedaron, pero la casa siguió atrayendo hasta cerca de 1980 a mujeres que dedicadas al oficio llegaban a nuestra ciudad, aunque los locales que sustituyeron a este, ahora denominados centros nocturnos, se encontraban en otros rumbos de la ciudad.
De la primera época del burdel, solo tenemos algunos testimonios orales. Por estar encerradas todo el día, las mujeres casi no salían y cuando lo hacían era bajo estricta vigilancia, me dicen que mensualmente acudían a revisión médica a un local de la entonces Secretaría de Salubridad y Asistencia (dicha visita era rigurosamente cumplida porque de ella dependía el poder laborar, ellas y el negocio) que tuvo varias ubicaciones, todas en av. Juárez. Algunos días a la semana. Le cuentan a Don Jaime Nieto que a las siete de la noche salían en comitiva a dar una vuelta por la av. Juárez y a su regreso “se llevaban a medio pueblo masculino; así como los circos hacen su paseo a medio día, así salían esas señoras”. El mismo informante menciona a algunas de las más conocidas: “Lourdes, la Torera, Nacha y la Cartucha”. El encargado les proveía de todo lo necesario para su vida cotidiana.

LA FAMA
En 1964, con una lista impresionante de cargos, son encarceladas las Poquianchis de Guanajuato, al perder el favor de algunas autoridades que antes las solapaban. Quizá el juicio hubiera sido intrascendente, como muchos parecidos, solo que este tuvo la característica de haber sido cubierto desde su inicio por el semanario Alarma! que lo dio a conocer a nivel nacional. Para quienes no conocieron dicha ¿revista? comentaré que era de nota roja, pero su logotipo y diseño de páginas tenía color amarillo, caracterizado por publicar, sin ningún pudor, además de textos, fotografías escalofriantes, de asesinados, ahorcados, cuerpos desmembrados y todo aquello que oliera a sangre, aderezados siempre con encabezados lapidarios y soeces adjetivos hacia los implicados. De ella viene el término “amarillista”en México. Sé que aún hay revistas de ese tipo, el problema era que esta llegó a hacer circular a veces hasta 750,000 ejemplares semanales a nivel nacional, en una época en la que el país tenía la mitad de habitantes que hoy, lo que explica la difusión del caso. Pocos de los contemporáneos lo vivieron directamente, pero muchos lo hicieron a través de la revista que semanalmente durante años dedicó varias páginas al avance del caso y testimonios varios, entre ellos la ya mencionada relación indirecta del burdel de San Juan con “Las poquianchis históricas”. Fueron sus reporteros quienes contribuyeron a que se asociara la  palabra Poquianchis con todo lo relacionado a maldad.

Imagen tomada de Internet, uno de los primeros números de la revista ALARMA! Nótense los textos, al interior era peor.

Imagen tomada de Internet, 30 años después, la notica seguía siendo primera plana.

Algunos años después, en 1976, se estrena la película “Las Poquianchis” de Felipe Cazals, basada en parte en las  novela de Jorge Ibargüengoitia y notas del juicio, (digo en parte, porque al unísono, el director hace una demoledora crítica social del problema del campo mexicano, enlazando los temas con el padre de una de las víctimas del clan, que sufre ambos agravios) en una de las escenas, una mujer llamada Beatriz hace trato con una de las hermanas González para adquirir mujeres para “doña Mary”, (el nombre de la dueña del burdel de Cóporo) quienes son llevadas según se ve por un letrero a orilla de la carretera, a San Juan del Río, específicamente al bar “Río Rita” igualmente reconocido por un anuncio de neón. De la escena, unos cuantos segundos, parece provenir todo lo que posteriormente se ha dicho y convirtió en leyenda la casa de Melchor Ocampo 38, y le dio su nombre actual “Casa de las Poquianchis” y la faramalla que la acompaña y que la ha llenado de historias de aparecidos, ruidos, lamentos, malas vibras etc. En su tiempo, todo palidecería ante las vejaciones a las mujeres que a la fuerza la habitaban y cuyo silencioso padecer, no fue escuchado por nadie, mucho ahogado bajo la penumbra y música de un sórdido salón de baile.

Portada de la edición moderna de la película.

Fotograma tomado de la película, única referencia a nuestra ciudad.

Fotograma de la película, el anuncio de neón del bar.
Hago la aclaración de que mucho de lo relatado lo vi de propia mano, pasé mi niñez a pocos metros de la casa. Muchas cosas no las entendí entonces, hoy con apoyo de personas mayores, supe de algunos  detalles, como los que ahora les narro.


LAS SECUELAS
Posterior al escándalo de las Poquianchis, la dueña del local de San Juan del Río lo dejó a cargo de un administrador, quien lo continuó algunos años, ya con empleadas en régimen libre, mujeres que a pesar de su oficio, no eran mal vistas por los vecinos del barrio, máxime si se toma en cuenta que contribuían con efectivo, a través de empleos indirectos, a la exigua economía vecinal, incluso el administrador, a quien le tocó la reubicación a otros rumbos, hacía una vida normal en las calles del pequeño barrio, se recuerda que en una ocasión, donó los uniformes del equipo de futbol del barrio, el “Victoria”. La casa quedó solo como habitación de las antiguas empleadas, pero la explosión demográfica y la lejanía con los centros de trabajo poco a poco las fue desplazando y se convirtió en una vecindad de tercer patio, a donde llegó especialmente gente humilde, gelatineros, tamaleros, estudiantes pobres etc. Incluso llegaron inicialmente ahí, en la década de 1980, la primera ola de salvadoreños, desplazados por la guerra en su país.


Fotografía personal, la casa vista desde el Museo de la Muerte.

 También fomentó la leyenda actual de la casa su inclusión en el recorrido del  que yo llamo “taxiván de leyendas” que en realidad es un tranvía turístico que hacía una parte peatonal. En el Museo de la Muerte, ubicado en lo alto, frente a la vecindad, mostraban la casa, llamándola “un antro” y soltaban la historia del sacerdote, que desde la cercana iglesia tenía un túnel entre la peña que lo llevaba hasta la casa para no ser visto. Entiendo que hay que aderezar la historia para hacerla atractiva a los visitantes pero siempre aclarar que es un relato, no la realidad. En la actualidad, el paso al interior es restringido; con toda razón los habitantes se quejaron de que hasta cuando estaban comiendo, se les aparecían un montón de desconocidos, mirándolos como parte de la escenografía de un relato, en la que ellos no tenían nada que ver. Para cada persona su vivienda es su castillo, y debemos respetarla, por ello no he entrado recientemente.
Fotografía personal, frente a la Casa, las peñas del Calvario, arriba a la derecha, el Museo de la Muerte.

EPILOGO

En la actualidad la casa se deteriora día a día; el salón de baile, que tenía piso de madera y un entresuelo lo ha perdido y se dividió para albergar más inquilinos, ya no están las grandes macetas con helechos del recibidor, igualmente el piso de terrazo, que recuerdo reluciente, hoy luce desgastado. Hace algunos años se habló de una remodelación para hacerla atractivo turístico, solo fue la declaración, nadie hizo nada, excepto los grafiteros, que en su fachada han dejado su huella.
Tras cincuenta años, además de las viejas paredes, de las dos épocas del burdel solo queda al frente, el socket original del único foco que en la penumbra de una calle sin alumbrado público, indicaba a los parroquianos que ahí se encontraban aquellas que alguna vez fueron tachadas de “carne de placer y foco de infección pública”.    

Fotografía Personal, al centro, el socket, único vestigio tras medio siglo.

La película aún hoy está a la venta y se puede ver en You Tube, aclaro nuevamente que no fue filmada en San Juan del Río ni en el local de Cóporo. Para la bibliografía relacionada pueden acudir al siguiente enlace de este mismo blog:


Dar clic para ver: Bibliografía de las Poquianchis

Todo lo escrito es de manera personal, no puntualizo en los nombres por no afectar a personas de la actualidad, por hechos de hace muchos años, en los que no intervinieron.

Del  autor mencionado, Jaime Nieto, tome  datos de su libro "Del Hacendado al Empresario" UAQ, 2000, que ya no está a la venta pero puede consultarse en las bibliotecas de la ciudad, aunque de este tema solo tiene unas diez líneas.

Continuaré la siguiente entrada con la descripción de los viejos barrios, mil vistas bien valen una pausa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario