domingo, 21 de agosto de 2016

El nocturno a un Sanjuanense

El nocturno a un Sanjuanense

Manuel Domínguez
Solo la exactitud de aquella teoría que postula que los opuestos se atraen puede explicar el hecho de que dos personalidades tan disímbolas hayan podido coincidir y cultivado una amistad que trascendió sus vidas.

Así, lo reflexionaba el Doctor Miguel Domínguez Quintanar el aciago 6 de diciembre del año de 1873, cuando presa de la incertidumbre subía la escalera que le conducía al segundo patio de la Escuela de Medicina de la capital de la República, donde se desempeñaba como docente, para cerciorarse de la fatal noticia  que le habían enterado minutos antes.

Todo lo que temía en los instantes previos a trasponer la puerta, se confirmó al abrirla. Adentro se encontraba el cadáver  de un querido discípulo y a la vez poeta, Manuel acuña. Debió resultarle un dilema cuál de sus deberes debía prevalecer, el de Médico, para hacerle una revisión o el de amigo, para leer la carta póstuma que el bardo dejó.
Sin embargo, no titubeó, primero realizó la auscultación del cuerpo y luego tomó la misiva, precisamente dirigida a él, en la que el alma atormentada del poeta, le solicitaba que evitara que se le practicara la autopsia y extendiera una disculpa al director de la Escuela.

Había temido un listado de encargos incumplibles, no fue así, lo que en ella se le pedía era fácil de realizar, aliviado, empezó a recordar a cómo conoció al estudiante un par de años atrás. Le llamó la atención desde el primer momento por ser diametralmente opuesto en carácter, personalidad, temperamento y creencias a lo que fue él cuando tenía su edad. Ese recuerdo le trajo otros y pronto se halló repasando su propia vida, tratando de encontrar en ella algún detalle que lo uniera con Acuña.

Biografía

Manuel Domínguez Quintanar, nació en Querétaro, el 5 de Agosto de 1830. Sus padres fueron el General Juan Domínguez y Gálvez e Ignacia Quintanar.
Ignacia pertenecía a una encumbrada familia cuya casa se encontraba en la entonces calle del Curato, barrio de San Miguel, en San Juan del Río. Lugar que concentró desde décadas antes y casi durante todo ese siglo a las familias de mayor poderío económico del entonces pequeño pueblo. (Era sobrina del General José Luis Quintanar, de todas las confianzas de Agustín de Iturbide)

Fotografía Personal. La casa de la Familia Domínguez Quintanar, luego de Manuel y su esposa. Muy remodelada.
Por la profesión de su padre, militar y político de altos vuelos, incluso  a nivel nacional, la familia debía viajar con él a los distintos lugares donde era comisionado, hasta que por los vaivenes de la política, (el General quedó desprotegido por una vieja enemistad con Santa Anna quien lo remitió a puestos menores) decidió por el retiro y se asentó de manera definitiva en San Juan del Río.

Por ser de familia acomodada, cuando llegó el tiempo de ello, no tuvo impedimento para trasladarse a la ciudad de México donde estudió Medicina, recibiéndose en 1854. De inicio decidió ejercer su profesión sin el apoyo familiar, lo que lo llevó a distintos lugares de la república, con poco éxito. Pobre, fracasado y falto del amor familiar, regresó a San Juan del Río, tomando el ofrecimiento de don Guadalupe Perrusquía, otro médico con el que su madre se había casado tras enviudar del General, quien le ofreció compartir su clientela.

La decisión le fue favorable, la clientela llegó y además, a través de la familia, el joven médico calzó como guante en la élite que componían sus vecinos, de tal manera, que a pocos años, inició además una carrera política que le llevaría muy lejos, profesional y geográficamente hablando.  Sus vecinos de la calle del Curato, eran nada menos que los descendientes de Don Esteban Díaz González, Don Agustín Ruiz Olloqui, los Uribe, los Perrusquía, los Berruecos y demás, casi todos entrelazados, además de la clase social, por los matrimonios.

No fue difícil que algunos años después de su llegada, tanto Manuel como su hermano Ángel, comenzaran a ocupar puestos políticos locales. Les ayudaba la posición económica y su familia, pero sobre todo el hecho de ser personas preparadas. En una ciudad que apenas una década atrás había dejado de ser Villa pocos tenían ese privilegio.
Tampoco lo fue, dada la posición de los habitantes de la calle, ya para entonces llamada “De don Esteban”, que ante la disyuntiva nacional que se presentó en la década de 1850 de decidirse entre los dos partidos resultantes de las leyes de Reforma, optaron por el conservador, y siendo autoridades locales, también la ciudad lo fue.

Una cosa llevó a otra. Al arribo de Maximiliano, auspiciado por los conservadores,  se declararon imperialistas. Y para que no quedara duda, Manuel, como Prefecto Político, apoyado por familiares y vecinos tomó acciones para granjearse a las graciosas majestades, entre ellas, la erigir una columna en la plaza principal, para colocar un busto de la Emperatriz Carlota (que ella misma sugirió se dedicara mejor a la Independencia, y así nació un año después la columna que hoy vemos en el centro de nuestra ciudad) declarándola además Patrona y especial protectora de San Juan del Río. También se dio la propuesta de celebrar como día nacional el 7 de junio, aniversario de la emperatriz y ofrecerle un cetro de oro.

Durante la Visita de 1864 de Maximiliano a San Juan del Río, Domínguez declaró el día como fiesta nacional,  hizo liberar a los presos de condenas leves y organizó  todas las fiestas habidas y por haber ante tan fausto acontecimiento, incluso, al venir Maximiliano sin Carlota, en el baile de honor, fue la hermana del Prefecto, Paz Domínguez, quien bailó con él. (Carlota nunca estuvo en San Juan del Río,  todos los ofrecimientos y honores que se le hicieron y su gentil declinación fueron a distancia, vía carta)

La situación para los imperialistas sanjuanenses en la época fue de jauja, pero solo duró  un suspiro, al cabo de apenas tres años, Maximiliano regresó a San Juan, esta vez en circunstancias adversas, rumbo a Querétaro, en un viaje del que no retornaría con vida. La suerte de espaldas que portaba no impidió que los habitantes de la vieja calle le reiteraran su apoyo, y aún más, en marzo de 1867, ya en la ciudad de Querétaro tuvo entre su ejército a tres “sanjuanenses”, los tres sobrevivirían  a la derrota, no así el emperador. Ellos eran:

Celestino Díaz Domínguez, nieto de Don Esteban, nombrado abogado del Imperio, nacido en San Juan pero refugiado en la ciudad de Querétaro desde antes del Sitio. Al no ser militar pudo salvarse. Se dedicó a la política, el periodismo y el comercio en esa ciudad, no volvió  a  San Juan.

Agustín Ruiz Olloqui: Médico radicado y casado en San Juan. En 1867, hallándose refugiado en Querétaro fue nombrado Director del Hospital de sangre durante el Sitio. El 12 de mayo de 1867, de manos Maximiliano recibió la condecoración de Caballero de la Orden de Guadalupe. No tuvo mucho tiempo para lucirla, apenas tres días después cayó la ciudad en poder del ejército liberal. Se salvó  por su profesión y el hecho de haber atendido por igual a los heridos de ambos bandos, en el Hospital. Pudo en poco tiempo regresar a San Juan del Río.

Manuel Domínguez Quintanar. En 1867 disfrutaba de su familia, ( apenas el año anterior se había casado con Adelaida Girón) posición y profesión en su casa del no. 6 de la Calle de Don Esteban cuando Maximiliano lo nombró Prefecto político de la ciudad de Querétaro durante los meses que duró el Sitio de ella. Al ser derrotados, se salvó de ser fusilado gracias a su comportamiento humanitario con los prisioneros liberales, quienes abogaron ante Escobedo para que lo perdonara, con la condición que regresara su pueblo y entregase los archivos de la Prefectura a quien se nombrara en ese puesto.

El perdón solo fue momentáneo y al aparecer su nombre entre los candidatos a ser fusilados se refugió en la Ciudad de México, donde se presentó ante el ministro de Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, de quien obtuvo el perdón definitivo, consistente en una prisión domiciliaria en la capital. Lugar donde en sus años iniciales sufrió penurias económicas que provocaron varias veces la separación con su familia. La situación se estabilizó cuando empezó a hacerse de una clientela como médico particular y obtener el  puesto de Prefecto de la Escuela Nacional de Medicina en 1870 además de algunas cátedras en el mismo lugar. No volvió a radicar en San Juan, su vieja calle había cambiado otra vez de nombre, ahora se llamaba Iturbide.

Es en esa época, cuando conoce a Manuel Acuña, un poeta nacido en 1849 en Saltillo Coahuila, donde vivió sus primeros años, para trasladarse  en 1865 a la Ciudad de México ingresando al Colegio de San Ildefonso de donde pasó  a la Escuela Nacional de Medicina en 1868.
Manuel Acuña, el malogrado poeta.
Era muy joven, cuando en 1869, a la par de sus estudios inició una carrera como dramaturgo y poeta, en esta última a pesar de su corta producción logró consolidarse como destacado representante del Romanticismo, aquella corriente que buscaba redimir a la humanidad  por medio entre otras cosas del arte, la enseñanza y la ciencia. Publicó su obra en muchas revistas y periódico de la capital. Miembro y fundador de muchas sociedades literarias, fue muy conocido por sus contemporáneos y supo de las mieles del éxito a temprana edad.

Sin embargo, a la par de su éxito literario, su vida personal fue diametralmente opuesta. Era revolucionario y contestatario, protestaba por todo y le amargaba enormemente no obtener los resultados de sus luchas. En el terreno sentimental fue igual, romántico hasta el tuétano, se hizo de una musa real pero inalcanzable, Rosario de Peña y Llorente, su “santa prometida” a quien idolatró en sus sueños pero quien lo rechazó en la realidad, haciéndole perder la cabeza y la vida.

Este hecho, recibido por una personalidad impulsiva y balbuceante y una naturaleza enfermiza determino su destino. Decidió despreciar la gloria que sus escritos le auguraban. No deseando una vida privada del amor anhelado, toma por propia voluntad el destino fatal de los héroes románticos: Morir joven y por un ideal. Su suicidio ocurrió el 6 de diciembre de 1873.

El Doctor Domínguez nunca pudo encontrar las razones que le acercaron a aquel joven impulsivo, ateo, liberal y ¿Cómo pudieron compaginar esos rasgos caóticos con los de un hombre maduro, conservador, profundamente católico  y mesurado en sus acciones ¿Sería por llamarse igual?.
Mortificado por no haber podido impedir que un grupo de médicos de la misma escuela le practicaran la autopsia, asistió al sepelio en el Campo Florido, no pudo dejar de recordar la tormentosa fascinación que la muerte ejercía en el poeta y le llevó a escribir un poema que trágicamente  calzaba al fúnebre momento. 

ANTE UN CADAVER
¡Y bien! aqui estás ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.

Los años pasaron, el médico fue envejeciendo, continuó con sus cátedras y volvió a su otra pasión, la política, fue Diputado al congreso de la Unión, senador y Regidor del ayuntamiento de la capital, correspondiéndose el honor en 1878 de ser  orador del acto oficial del 16 de septiembre.
Publicó varias obras entre las que destaca el capitán fantasma, Leyendas Históricas y Fátima. Murió en México el 15 de Marzo de 1910.

El Doctor Manuel Domínguez Quintanar 
Al unísono, la obra de Acuña se revaloró. El poema que dedicó a la imposible mujer, rebautizado ya como “El nocturno a Rosario” se convirtió en el emblema del amor trágico y elevó a Rosario de la Peña, “Rosario la de Acuña” a la categoría de musa por excelencia de las letras mexicanas. Sus restos estuvieron en la Rotonda de los Hombres Ilustres antes de ser trasladados a Saltillo en 1917.

Rosario, "la de Acuña"
De la amistad entre el Médico y el poeta que no llegó a serlo, se conserva un soneto que le dedicó..
  A MI QUERIDO AMIGO Y MAESTRO MANUEL DOMÍNGUEZ

Sabiendo, como sé, que en esta vida
 Todo es llanto, tristeza y amargura,
 Y que no hay ni siquiera una criatura
 Que no lamente una ilusión perdida.

 Sabiendo que la dicha apetecida
 Es la sombra y no más de una impostura,
 Y que la sola aspiración segura
 Es la que al sueño eterno nos convida:

 Mi voz no puede levantar su acento
 Para desearte, á más de los que tienes,
 Otros años de lucha y sufrimiento;

 Pero mi voz te da sus parabienes,
 Porque sé que hasta el último momento
 Brillará la honradez sobre tus sienes.

Manuel Acuña
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Aunque el poema lo tenía desde hace varios años no se había dado la oportunidad de redactarla una entrada.La circunstancia la dio el estar trabajando en algunas biografías. Creo que esta es la mejor manera de entrelazarlo con la historia local. .Aclaro que todos los datos son reales y comprobables. Obviamente solo hice la recreación literaria de los pensamientos del Dr. Domínguez. Hoy su calle se llama 16 de Septiembre, en el centro  de San Juan del Río.___________________________________________

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